Valles jujeños: el maestro que camina 12 horas para llegar a su escuela y logró conectividad para sus alumnos

Guillermo Duarte da clase a once chicos en un establecimiento de alta montaña, a 2900 metros de altura; trabajó junto a la Fundación Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur y concretó un sueño: que los colegios de la zona tengan internet.

El maestro Guillermo Duarte y parte del grupo de alumnos, en Molulo.

Guillermo Duarte tiene 39 años y es docente rural. El miércoles pasado se fue bien temprano de su casa para ir a la escuela. A eso de las 4 de la madrugada ya estaba listo, porque el viaje es largo y hay que salir con tiempo, dice el maestro, que recorre unas 12 horas a pie por un camino de herradura entre cerros y vientos fuertes, en plena Quebrada de Humahuaca. Su escuela es la N° 76 Soldados de mi Patria, en el departamento de Tilcara y a unos 2900 metros de altura. Localmente se la conoce como la escuelita de Molulo, uno de los parajes perdidos en la montaña, donde viven los once alumnos y alumnas de Duarte, que también bajan de las laderas caminando para ir a clases, aunque ellos tardan entre 3 y 4 horas. Allí se quedan 20 días y después regresan a sus casas por otros diez. “Por las distancias no podríamos volver a casa los fines de semana, por eso todas las escuelas de los valles jujeños trabajamos con el mismo sistema, de 20 por 10. Es difícil porque estamos mucho tiempo alejados de nuestras familias, pero es la mejor manera de que los chicos puedan aprender”, explica el docente.

El año pasado, cuenta el maestro, la enseñanza remota se hizo difícil. No solo en Molulo, sino también en las otras seis escuelas rurales de los valles. Todas tienen similares características: están aisladas, tienen pocos alumnos y a todas se llega a pie. “Otra de las cosas que comparten es que no tienen conexión. O mejor dicho, no tenían”, aclara Duarte, porque hace veinte días –después de un periplo que incluyó viajes en mula con un equipo de ingenieros informáticos de Buenos Aires y baqueanos de la zona, que cargaban antenas, computadoras y herramientas en medio de un frío que calaba los huesos –cinco de las siete escuelitas hoy vuelven a tener conexión a internet. Algo que para Duarte es más importante que nunca en medio de la pandemia de Covid-19, porque de tener que volver en algún momento a fase 1, ya tienen un plan B para no perder el contacto con los chicos.

Los técnicos informáticos en viaje a la alta montaña, para realizar la reconexión de los equipos.

La historia, que en realidad es la segunda parte de una aventura que comenzó en 2012, se remonta unos meses antes de la pandemia. La primera conexión se hizo hace ya nueve años, gracias al trabajo de la Fundación Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur. Pero antes de que empezara la cuarentena, la conectividad se interrumpía cada vez con mayor frecuencia. A veces funcionaba y a veces, no. Aunque entonces, explica Duarte, nadie podía viajar para reparar los daños. “Acá la antena está en un predio al costado de la escuela, en una cancha. Se busca el mejor lugar que apunte al satélite. Pero no siempre es el más seguro ni el más resguardado, y pasan cosas. Los vientos son muy fuertes y a veces la antena se desalinea. O las vacas que se rascan contra alguna estructura de alambre y provocan un desajuste técnico. La vegetación también, que crece y se mete por todas partes. El asunto es que varias de las escuelitas de los valles habían quedado desconectadas hace tiempo, y con todo esto de la enseñanza remota, necesitábamos más que nunca estar preparados”, describe.

Claudia Gómez Costa es la presidenta de la Fundación Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur, que lleva conectadas más de cien escuelas en todo el país. Casi 50 en Jujuy, otras 20 en Salta y otras 34 en las instituciones educativas que trabajan en red con los Parques Nacionales. “Llegamos este año a Molulo de la misma forma que en 2012: a lomo de mula, con burros cargueros y un equipo de voluntarios que se anima a todo”, cuenta Gómez Costa, que aclara que todos los proyectos están financiados con aportes de empresas privadas, como Banco Macro y Servicio Satelital SA en este caso, y que nunca recibieron ayuda de ningún organismo del Estado. “Ya que teníamos que hacer un trabajo de mantenimiento en Molulo, decidimos aprovechar el viaje y reconectar al resto de las escuelas de los valles jujeños. Llegamos hasta la escuela N° 351 de El Durazno; la N° 196, de Loma Larga; la N° 89, de Monte Carmelo; y la N° 33, de Alonso. Las pusimos a punto, como corresponde, y aumentamos el ancho de banda. En julio próximo, está proyectado darle conectividad a las dos escuelas que faltan ,la de Abra Mayo y Yaquipampas”, se entusiasma Gómez Costa.

La escuela N° 76 Soldados de mi Patria, en los valles jujeños, en Tilcara.

La logística, de la que se encargó en gran parte el maestro Duarte, no fue sencilla. Una tarde, en la escuela, recibió un mensaje: “Hola Guillermo, estoy en Jujuy y necesito subir a la escuela de los valles. Gracias”. Era el técnico informático que ya había llegado para hacer el trabajo. “Un técnico corajudo, aunque yo creo que el buen hombre no había dimensionado muy bien la travesía que le esperaba”, dice riendo el docente, que en ese mismo momento accionó el único recurso disponible a su alcance, la radio local, para coordinar con los directores de las otras escuelas la visita del profesional de la empresa de servicios satelitales. “Había que coordinar las visitas, y lo único que podía hacer era mandar mensajes de radio. Así le avisé a la directora de El Durazno, por ejemplo, que para el sábado de esa semana, a las 8, tenía que preparar dos monturas y un carguero y esperar en Quebrada Amarilla. Era la única forma de avanzar. Una vez que el técnico subía a los valles tenía que hacer el recorrido completo. Molulo era algo así como la terminal, el lugar de trasbordo para ir de una escuela a otra”, señala.

Para Duarte, la experiencia fue maravillosa, no solo por la buena predisposición de la gente para realizar el trabajo en condiciones difíciles, a las que –según el maestro– cuesta adaptarse. Se viaja durante muchas horas, y tan grande es la amplitud térmica que en un mismo día se puede pasar del frío y las heladas, al sol, el calor y los vientos fuertes. “También fue un aprendizaje para mí, porque los técnicos hicieron un doble trabajo. No solo reconectaron las antenas y dejaron todo cero kilómetro, sino que se tomaron un tiempo extra para enseñarme algunas cuestiones básicas. Me dieron una capacitación exprés. Me decían: ‘Vení Guillermo, sacá fotos. Taré un cuaderno y tomá nota de todo’. Fue poco el tiempo, pero aprendí lo suficiente como para solucionar algunos inconvenientes que puedan aparecer”.

Proyectos virtuales compartidos, coplas y talleres de lectura.

Con internet a disposición, Duarte ya tiene pensado cómo actuar si en algún momento la presencialidad en los valles de Tilcara vuelve a suspenderse. “No va a agarrarnos desprevenidos esta vez. Tenemos un proyecto con todos los maestros de las escuelas. En el caso de Molulo, mis alumnos están repartidos en cuatro familias, que trabajan en la agricultura y ganadería de subsistencia. Crían cabritos, hacen sus quesos, siembran maíz y papa, y bajan a Tilcara para comercializar luego sus productos. Ellos en sus casas no tienen conexión, pero cada familia podría llevar a sus hijos una vez por semana a la escuela, por turnos, para conectarse desde ahí y tener un ida y vuelta con nosotros. No sería una clase virtual, sino más bien orientada a resolver dudas, los ejercicios que no salen y cualquier consulta de los cuadernillos con los que deberían trabajar en caso de no poder venir a la escuela“, explica Duarte. “El lunes que vaya la familia Ríos, por ejemplo, que viven a cuatro horas caminando. Y así sucesivamente. También tenemos proyectos virtuales para hacer juntos con las otras escuelas, como encuentros de coplas, ensambles, talleres de lectura, preparar algún número. Hay muchas cosas que se pueden hacer”, se alegra el docente, que da clases en Molulo desde hace casi diez años.

Los alumnos de Duarte se quedan 20 días en la escuela y luego se van otros 10 a sus casas.

Tener conectividad, agrega Gómez Costa, que también es maestra y especialista en nuevas tecnologías, ayudó también en otros proyectos. “Como en todas las conexiones que hacemos, soñamos con hacer una diferencia desde lo pedagógico. Pero el beneficio recae en toda la comunidad, porque el buen uso de este recurso ayuda a poner en valor la propia cultura. Hubo propuestas en distintos comunidades de Salta y Jujuy, donde se comenzaron a vender las artesanías por internet. Se hicieron catálogos con las producciones locales y se subían a la web, y eso colaboraba con la difusión y la venta. En Molulo, la conectividad comenzó a dar sus frutos inmediatamente y hubo proyectos muy enriquecedores, pero hay una anécdota que fue premonitoria y que rebate los comentarios que me hacía mucha gente sobre cuál era el objetivo de llevar internet a lugares donde muchas de las necesidades básicas no estaban cubiertas″, menciona Gómez Costa.

Un día, relata, un turista que se había aventurado por los cerros con un amigo, en una travesía a caballo, se despeñó en un tramo del camino, por el precipicio, y quedó lastimado sin poder moverse. “El amigo miró para arriba y vio un rancho, y decidió llegar hasta ahí para pedir ayuda. Se sorprendió cuando llegó al rancho, que era una escuela con conexión a internet, desde donde se pidió auxilio a la Gendarmería y, gracias a eso, vinieron a rescatar al turista en helicóptero. Esa acción en salud, más tarde se convirtió en un proyecto de telemedicina en conjunto con la provincia de Jujuy. Nos preguntaron si estábamos dispuestos a compartir la conexión de Molulo con el puesto de salud de la zona, una pequeña casa al costado del camino, para que el agente sanitario pudiera trabajar desde allí. Fue una alegría inmensa. Y en eso seguimos trabajando”, remata la presidenta de la fundación.

Por Soledad Vallejos

La Nación 16 de mayo 2021-

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